Esta es la historia de Awyr del norte, más conocido como huracán helado.
Nacido en la aldea de Lumisade y siendo el primogénito de siete hermanos
marcó historia en Midgard. Sus hazañas quedaron grabadas por los dioses en el
muro de Asgard en forma de cantar, ahora no son más que cuentos para niños,
niños que sueñan con convertirse en héroes.
En los tiempos en los que Awyr no era más que un niño,
una terrible guerra por el control del norte marcó su infancia y la de todos
sus hermanos. Lumisade, su tierra natal, se encontraba bastante aislada entre
montañas y situada estratégicamente entre las dos grandes ciudades del norte.
Así pues cuando la guerra estalló, ambos bandos deseaban Lumisade.
En esta guerra hasta los más niños tuvieron que luchar y
tres de los hermanos de nuestro héroe no sobrevivieron...
La propia aldea quedó dividida en dos clanes. Los Arian y
los Aur.
Todo el clan Arian portaba un colgante de plata y los
Aur llevaban todos pendientes de oro en ambas orejas.
Awyr y sus hermanos pertenecían al clan Arian. Awyr
entonces rondaba los doce años, edad en la que debía convertirse en mayor de
edad.
Para iniciar el rito del cambio y demostrar ser un
hombre, Awyr tuvo que pasar quince noches en el bosque sin tener contacto
humano y cazando para sobrevivir. Es en ese tiempo cuando su historia comienza,
en la undécima noche, cuando el frío calaba sus huesos y la oscuridad de la
noche asolaba el bosque donde ni la luna podía mostrar su reflejo en el suelo;
Awyr con una lanza improvisada de madera luchaba por no dormirse, pues los peligros le acechaban en cada
esquina, tras cada árbol... Tras cada ruido...
Cantar primero: La sangre del héroe.
Awyr luchaba por permanecer despierto aquella noche, no
poder hablar con nadie ni saber cómo estaban sus hermanos le estaba empezando a
afectar psíquicamente, a veces escuchaba ruidos que no entendía y
conversaciones surgían en su cabeza aunque sabía que estaba solo. Podía escuchar
conversaciones banales de sus hermanos, le decían a veces qué hacer, como de
qué árbol coger leña o sobre qué piedra afilar su arma de madera.
Por el día cazaba y por la noche vigilaba, no se
encontraba bien... El cansancio le podía... Aquello era peor incluso que la
guerra, pero aguantó... Al menos hasta aquella noche.
Esa noche un gran lobo de dos cabezas se le apareció. Al
principio la voz de sus hermanos dentro de su cabeza le decían que tirara el
arma y que se durmiera... Que el lobo no era real, otras voces... Ya ni
reconocibles le decían que huyera... Pero Awyr no conocía el miedo.
Incorporándose fríamente sin dejar de mirar al lobo a los
ojos, preparó su ataque y el lobo rugió ferozmente. Aquella bestia medía al
menos cuatro metros y sus fauces eran mucho más grandes que el cuerpo del joven
héroe. Pero nada le importó y lanzó su lanza de madera hacia el lobo. La lanza
guiada por Odín cegó al lobo enfureciéndolo. La sangre que corría por su ojo
descendía hasta su boca.
Cuando el lobo lamió su propia sangre saltó sobre Awyr
dándole zarpazos que lo hirieron brutalmente. El héroe clavando sus uñas trepó
hasta un árbol donde poder resguardarse del monstruo.
Éste no llegaba hasta el árbol pero poco le importó. El
monstruo decidió esperarle a que bajara o, en todo caso, muriese desangrado.
Awyr podía sentir cómo cada aliento era el último, pero tenía fe. Odín guió su
lanza hasta el ojo del monstruo, cómo sino podría haberle dado... Si Odín le
ayudó, pensó el joven héroe, ¿por qué no bajar del árbol y acabar con el lobo
con sus propias manos?
Awyr descendió del árbol y cayó torpemente cerca del
lobo, éste a escasos metros lo rugió con una mirada desafiante. El joven héroe
no tenía miedo, sentía que algo estaba despertando en él.
El lobo de dos cabezas intentó morderlo con toda su rabia
pero Awyr lo sujetó impidiendo que cerrara sus dientes.
Varios minutos pasaron ambos en la misma posición. Es
entonces cuando el héroe sintió la presencia de alguien tras de sí. Alguien que
lo apoyaba.
Tal vez fuera la gran cantidad de sangre perdida o que se
encontraba más muerto que vivo pero... Detrás de él estaban sus hermanos,
muertos tiempo atrás, dándole un apoyo incondicional.
Las fuerzas de Awyr se multiplicaron y el lobo tuvo que
retroceder. Con sus fuerzas renovadas Awyr comenzó a correr en círculos, su
enemigo no podía seguirlo con los tres ojos que le quedaban y cada vez que intentaba
lanzar un ataque, el héroe lo esquivaba fácilmente.
En uno de los desesperados ataques del monstruo, Awyr
consiguió sacar la lanza del ojo del lobo y saltó a sus lomos.
Apuntando la lanza al corazón le dijo: -Criatura de
leyenda, detén el combate porque ya te he cazado y mi lanza ahora podría
matarte. Escucha atentamente gran lobo Y'urd, te perdono la vida y te propongo
un pacto. De aquí en adelante acompañarás mis caminos y me ayudarás como
hermano de sangre, a cambio yo prometo lo mismo-.
El lobo mitológico entendiendo las palabras de Awyr y
descendiendo lentamente, permitió al héroe
bajar de sus lomos.
El lobo cambió su mirada a una menos fiera y Awyr haciéndose
un arañazo en la palma de la mano se la extendió a su hocico. Este la lamió en
signo de pacto.
Este pacto fue conocido como la sangre del héroe.
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